La siderurgia forma parte de esencial de todo desarrollo industrial. Se trata de la transformación del mineral de hierro en objetos metálicos que forman parte sustancial de nuestra vida cotidiana. Las etapas de transformación son simples. Primero se realiza la fundición del mineral, es decir, el pasaje desde el estado sólido al estado líquido, y su separación del resto de los componentes con el que se encuentra en la naturaleza. Una vez fundido, se realizan agregados de otros componentes químicos (carbono, zinc, molibdeno, cobre) con el objeto de mejorar la resistencia, tenacidad, ductilidad, etc. del producto final. Por último, el material fundido vuelve a su estado sólido con otra forma. Por lo general, se trata de formas simples, de manera tal que éstas pueden formar parte de otros objetos. Por ejemplo, se obtienen planchas de acero (chapa) para que luego sean utilizadas en la fabricación de automóviles, electrodomésticos como heladeras, lavarropas, cocinas, etc, o tuberías para su utilización en la industria del petróleo, el gas, la petroquímica, etc., o perfiles para la construcción que se utilizan como piezas fundamentales en los edificios, casas, galpones, etc. Estos productos simples pueden alimentar las más variadas fábricas en la industria metalmecánica. La producción de esta industria pueden ser elementos simples o máquinas de alto valor agregado que terminan siendo bienes de capital de otras industrias o fábricas.
El valor estratégico para el desarrollo nacional de la fabricación siderúrgica es, entonces, indispensable. La historia nos muestra que en los inicios de nuestra patria, la producción metalmecánica se asociaba fuertemente con la defensa nacional. La primera fundición data del año 1812 y fue ubicada en el barrio porteño de San Telmo. Estaba bajo las órdenes del teniente coronel de Artillería Ángel Monasterio, un español que se puso al servicio de los patriotas, para la fabricación de cañones, siendo sus primeras producciones tres morteros de bronce (aleación de cobre y estaño) con los nombres de Tupac Amaru, Mangoré y El Monasterio (éste último se encuentra en la galería de entrada del Museo Histórico Nacional, ubicado en Defensa 1600, Capital).
La producción metalúrgica formó parte, entonces, de un lugar importante en las Guerras por nuestra Independencia. La gesta sanmartiniana nos entrega un nombre conocido: Fray Luis Beltrán. Beltrán tuvo a su cargo la fabricación de todo tipo de productos para la provisión del ejército de los Andes: fusiles, sables, cañones, herraduras, etc, fundiéndose todo lo que se podía fundir, desde candelabros hasta las campanas de las iglesias. Es difícil suponer que la campaña libertadora de San Martín hubiera tenido éxito sin el soporte de esta industria metalúrgica fundamental.
Décadas más tarde, el impulso generado en las guerras por la Independencia se vería disminuido con el paso de los años y las luchas civiles. Tal es así que durante la Guerra del Paraguay, el ejército liberal de Bartolomé Mitre juntos con los aliados de la oligarquía oriental y el Imperio del Brasil, que entrarían en territorio guaraní dejando la destrucción y un panorama desolador, derrumbarían los que eran los primeros altos hornos de Sudamérica, esgrimiendo como excusa que eran construcciones hechas por el “diablo”, condenando al atraso a uno de los países más desarrollados en ese entonces.
La actividad privada también participó del desarrollo metalúrgico. A modo de ejemplo, podemos mencionar el inicio de actividades en 1858 de la fundición denominada “Casa Amarilla”, ubicada en la Boca, donde se fabricaban placas de apoyo para los rieles ferroviarios.
Sin embargo, el mayor impulso a la industria siderúrgica nacional va a provenir del Estado argentino. Luego de un período de indefensión durante la década de 1930, producto de las políticas librecambistas que dejaban a la producción nacional desprotegidas frente a la competencia de los grandes productores internacionales, principalmente europeos, se desarrolla durante la década del cuarenta el Plan Siderúrgico, impulsada por el General Manuel N. Savio. Su labor comienza, mucho antes, con la creación de la Escuela Superior Técnica en 1930, cuyo objetivo principal era articular y jerarquizar los cursos de Ingenieros impartidos por el Colegio Militar y acercarlos a la realidad industrial del país. En 1939, Savio presenta el proyecto de lo que luego, en 1941 mediante la ley 12.709, sería la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM). Al año siguiente, dejaría plasmado su pensamiento en lo que sería la preparación del Plan Siderúrgico: “Política de la producción metalúrgica argentina” y “Bases para la industria del acero en la República Argentina”. En ellos se demuestra la intención de Savio de sacar al país de su situación exclusiva agrícola-ganadera "sacando el hierro de nuestros yacimientos y promoviendo su industrialización para una real y efectiva liberación nacional".
Durante los últimos cinco años de su vida, el Gral. Savio estuvo dedicado a la construcción y puesta en marcha de Altos Hornos Zapla y a la formulación del Plan Siderúrgico con la creación de la Sociedad Mixta Siderurgia Argentina (SOMISA). Éste es aprobado por unanimidad en el Congreso de la Nación como ley 12.987, promulgada por el Poder Ejecutivo el 21 de junio de 1947 con los siguientes objetivos: producir acero en el país utilizando minerales y combustibles argentinos y extranjeros, pero de manera de mantener activas las fuentes nacionales de minerales y combustibles, suministrar a la industria nacional de transformación y terminado acero de alta calidad “semiterminado”, fomentar la instalación de plantas de transformación y terminación de elementos de acero y asegurar la evolución y el ulterior afianzamiento de la industria siderúrgica argentina.
La ley determinaba que la empresa se constituiría con un capital inicial de U$S 100 millones, con un aporte de U$S 80 millones del Estado nacional y U$S 20 millones de capital privado. Este capital privado sería aportado por un listado de empresas del sector interesadas en la producción de productos semiterminados. En Asamblea, cada acción del Estado valía 10 veces más que la del privado, con lo que se aseguraba el control estatal de la empresa. Además, estaba prohibido el ingreso de capital extranjero y se limitaba a un 49% el total del capital privado. Esta limitación no sería necesaria aplicarla, ya que sería el Estado el que financara los aumentos de capital de la empresa.
El desarrollo de SOMISA fue parte de la vida nacional durante los años siguientes. No sólo por formar parte de uno de los indicadores de desarrollo nacional, sino por la capacidad de desarrollo tecnológico en conocimientos y maquinaria. El desarrollo que incitaba su presencia es incalculable, generando la creación de miles de PYMES proveedoras de la empresa. En paralelo, se desarrollaron las Escuelas técnicas para poder alimentar las necesidades de producción y desarrollo, dando a los trabajadores un futuro digno. Su reputación se extendía más allá de las fronteras de nuestro país. En el año 1975, llega a producir 182 kg/hab, siendo éste un indicador de desarrollo industrial (en los países industrilizados llegaban a 600 kg/hab). A partir de 1976, con la sangrienta dictadura militar, SOMISA es una víctima más de las políticas de desindustrialización que se ponen en práctica y continúan en el presente, alcanzando su nivel más bajo de producción en el 85/86.
Más tarde, todos los sueños del Gral. Savio se harían añicos con la implantación de las políticas neoliberales en el período menemista, siendo SOMISA una de las primeras bajas de la Reforma del Estado impulsada por el Consenso de Washington, pasando a formar parte de un entramado multinacional como papel complementario en la producción mundial de acero, dedicada a la exportación y al control monopólico del mercado interno a precios internacionales. Objetivos certeramente lejanos a una genuina producción nacional para un país autónomo e independiente. Pero ésa, es otra historia.
Martín Scalabrini Ortiz
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