Durante este último mes de junio y parte del de julio, el mundo gira prácticamente alrededor de una pelota de fútbol. El deporte más hermoso y popular tiene el torneo internacional más importante en tierras sudafricanas. Durante ese tiempo, no solamente se juegan encuentros deportivos, sino también se muestran al mundo parte de las características e identidades de las más disímiles naciones del planeta. Tanto en las tribunas, como en el mismo campo de juego. En las tribunas con su colorido y su demostración de aliento incondicional por parte de los hinchas de todos los países, a pesar de que sea difícil distinguirlos en medio del sonido de las vuvuzelas. Las imágenes televisivas muestran en primer plano la variedad de los distintos grupos de hinchas que utilizan sus más tradicionales costumbres futboleras para alentar a sus equipos, entre cantos, banderas, vestimentas, e incluso disfraces. Allí hay parte de la identidad de una nación presente. No toda, pero al menos una parte. Otra parte se puede ver, también, en el verde césped y en los once jugadores que tienen la suerte de jugar el más grande evento deportivo del planeta. Sus apariencias, sus apellidos, sus actitudes durante el juego, son una expresión más de la nacionalidad.
Sin embargo, podría haber otra cuestión adicional que permita deducir algo más de la identidad de un país: su juego. Existe una frase que aparentemente fue acuñada por César Luis Menotti y que dice mucho más de lo que su extensión podría suponer: “Se juega como se vive”. ¿Se juega como se vive, realmente? Lo primero que vendría a la mente es: depende. Depende es una palabra que queda bien en cualquier contexto, pero exige explicaciones. Alguna descripción que debe ser muy bien argumentada para que pueda tener algún sentido. Para ello hay que recurrir a algunos ejemplos.
El primer caso que viene a la mente es Brasil. La alegría brasileña es una característica bien conocida por todo el mundo y su máxima expresión es el Carnaval, un evento que atrae la atención y el turismo planetario. ¿Puede decirse que sus jugadores son alegres, lo mismo que su estilo de juego? Un verdadero ejemplo de ello podría ser Ronaldinho. Su juego transmite alegría acompañado siempre con una sonrisa. Pero no una sonrisa sobradora sabiéndose superior al rival, sino una sonrisa de disfrute. De disfrute de lo que está haciendo. Del juego. De lo que puede hacer la pelota en sus pies. Figura idolatrada en algún momento en Brasil.
Los equipos europeos también tienen sus características. La primera que se nos ocurre es el orden. Sus sociedades mismas aparentan ser ordenadas. Ese orden que tanto deslumbra a nuestra clase dominante. Es ese mismo orden el que hace que los partidos carezcan de sorpresa y de creatividad. Podemos saber de antemano cómo van a jugar tal o cual equipo. Eso no significa que no sea eficaz. Los equipos europeos han ganado muchos campeonatos del mundo. Y los han ganado a la europea.
El caso africano es diferente. De lo poco que sabemos del continente africano es su desfachatez. Esa desfachatez los ubicó en cuartos de final en los mundiales de 1990 con Camerún y del 2002 con Senegal y en octavos de final en los mundiales de 1994 con Nigeria, que quedó tristemente afuera el alargue y con un gol de penal frente a Italia, en 1998 con Nigeria otra vez y en el 2006 con Ghana. Una vez más quedó Ghana, esta vez, como mínimo en cuartos, lo que no ocurría desde hace tiempo con un equipo africano. Sin embargo, el rendimiento de estos equipos no fue el que se esperaba, teniendo en cuenta que por primera vez se juega un Mundial en el continente africano. De los seis equipos africanos, sólo uno contaba con un técnico de su país, el resto fueron un brasileño, un serbio, un francés y dos suecos. Todos estos técnicos, ¿habrán podido desentrañar los misterios de las identidades de cada uno de los países? ¿Habrán querido hacerlos jugar con un modelo europeo o habrán querido aprovechar las características africanas? Parece difícil aceptar que un sueco pueda comprender los intrincados vericuetos de la personalidad africana del fútbol, sino más bien que deben haber querido hacerlos jugar más bien a la europea.
Del juego sudamericano y, más específicamente argentino, conocemos aproximadamente de qué se trata. Habilidad, creatividad, sorpresa y, muchas veces, garra y corazón podrían ser las principales características. ¿Nuestras sociedades son así? ¿Nuestras personalidades son así? Dado que todo se mide en términos relativos y, por lo tanto, en comparación con otros continentes, podría ser así. Nuestra clase iluminada los señala como defectos, en contraposición a la planificación, al orden, a la organización. Un poco de esto no viene mal, pero, ¿seríamos nosotros si nuestro único camino fuera éste último? ¿O sería un intento de parecernos a quienes no somos? Hemos conseguido muchos resultados cuando nuestra identidad se ve reflejada en nuestro trabajo y en nuestros proyectos. Simplemente, hay que darse cuenta de quiénes somos para saber hacia dónde vamos.
Martín Scalabrini Ortiz
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