La energía nuclear en la Argentina tiene un desarrollo de avanzada en nuestro país. Esto no fue producto de la casualidad, ni de la iniciativa individual, fue producto de políticas de Estado generadas a lo largo de los años. El punto inicial del desarrollo nuclear fue el conocido equívoco del Proyecto Huemul presentado por el físico alemán Ronald Richter al entonces presidente Juan D. Perón. El proyecto proponía el desarrollo de la fusión nuclear controlada, una tecnología que actualmente no ha sido dominada, que hubiera permitido la obtención de interminables cantidades de energía. El proyecto fue un fiasco, pero incentivó la decisión de crear la Comisión Nacional de Energía Atómica el 31 de mayo de 1950, mediante el Decreto Nro 10.936, en el marco de un proceso de industrialización nacional y desarrollo autónomo que duraría hasta el año 1955. Desde entonces la CNEA ha sido centro del desarrollo nuclear argentino en lo que respecta a su estudio y aplicación.
A poco tiempo de su creación, comenzó a explorar y explotar los yacimientos de uranio descubiertos aprovechando un recurso natural propio sin depender de su provisión en el extranjero. El 1 de agosto de 1955 se crea el Instituto Balseiro en Bariloche y la carrera de Licenciatura en Física. El Instituto es referente indiscutido en la formación de profesionales relacionados con la industria nuclear. Con el envión de la decisión tomada durante el período 45-55, se fueron generando espacios de investigación, desarrollo y estudio, como el Centro Atómico Constituyentes (CAC) con su Reactor de Investigación RA-1 y el laboratorio de radioisótopos en el Hospital de Clínicas. Más tarde, en la década del 60 se produce la creación de la Sociedad de Medicina y Biología Nuclear, remarcando el uso pacífico al servicio de la sociedad de la energía atómica. También entra en funcionamiento el Reactor de Investigacion RA-2 en el CAC. En 1967 se inaugura el Centro Atómico Ezeiza (CAE) y su Reactor de Investigación RA-3. En 1971 se produce otro hito: la inauguración de la planta de producción de radioisótopos en el CAE para uso medicinal e industrial. En 1974 se inaugura el primer Reactor Nuclear para producción de energía eléctrica Atucha I. Se interconecta a la red nacional con la posibilidad de generar 313 Mwe (la recientemente inaugurada represa de Caracoles en San Juan, con un área inundada de 1.200 ha y un volumen máximo de 550 millones de metros cúbicos, puede producir 125 MW). Durante la Dictadura Militar, en el marco de una persecución sangrienta, desapariciones y torturas para implantar el modelo rentístico-financiero que aún sigue vigente, el desarrollo nuclear no se detuvo, fogoneado principalmente por sectores nacionalistas de las Fuerzas Armadas. Es así que a fines de 1976 se crea la empresa INVAP (Investigaciones Aplicadas) en Bariloche sobre una idea que comienza en 1974 liderada por el Dr. en física Conrado Varotto. Esta empresa estatal comienza a desarrollando una planta piloto de producción de esponja de circonio con la cual fabricar las vainas de los elementos combustibles de los reactores de potencia, complementando de esta manera, con producción nacional, la producción de energía eléctrica de la central nuclear. Durante este período continúa el desarrollo de diversas actividades nucleares. En 1979 se inicia la construcción del TANDAR (Acelerador de partículas) en el CAC. También se firma el convenio para la construcción de una nueva central nuclear: Atucha II. En 1984 finalmente se pone en marcha el segundo reactor nuclear en Córdoba, Embalse con tecnología canadiense tipo CANDU, con una capacidad de generación eléctrica de 600 MWe. Durante el período alfonsinista no se producen grandes avances en el desarrollo nuclear argentino. La construcción de la Central Nuclear Atucha II se pospone en forma indefinida. Las políticas radicales sólo se dirigen a mantener una estructura de funcionamiento sin voluntad política de crecimiento e impulso. Se firman convenios y compromisos de uso de la energía nuclear con fines pacíficos, como por ej. con Brasil, pero quitando apoyo al desarrollo del enriquecimiento de uranio.
Durante la década infame menemista la CNEA estuvo a punto de desaparecer. Se la dividió en dos: la CNEA propiamente dicha que quedó con la estructura de investigación y desarrollo y Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NASA) a los efectos de permitir la privatización de ésta última. Los intentos privatizadores felizmente fracasaron, no sin resistencia de los trabajadores de la CNEA, ante el silencio de la prensa cómplice de aquella época. Durante años no ingresaron nuevas camadas de jóvenes investigadores quedando una brecha generacional inmensa, produciendo un agujero enorme en la formación de profesionales. Era la época en la que, el aún sobreviviente, Domingo Cavallo, instaba a los investigadores a “ir a lavar los platos”. Toda una definición de una época de saqueo, corrupción y ostentación pública de los bienes malhabidos.
En los últimos años, la CNEA ha recibido un apoyo presupuestario muy interesante. Se ha vuelto a abrir el ingreso de becarios, como así también se reparten subsidios para los trabajos de investigación como nunca antes. Además, se está dando impulso a la construcción de la central nuclear Atucha II y a la constucción del primer reactor nuclear desarrollado íntegramente en Argentina CAREM, de baja potencia (25 Mwe).
Estas iniciativas son auspiciosas, pero deben enmarcarse dentro de un proyecto estratégico de desarrollo nacional, ya que de otra manera podrían ser utilizados en beneficio de intereses que no son los nacionales.
El desarrollo nuclear en la Argentina no sólo debe observarse como beneficio en el crecimiento energético nacional, con eventual reemplazo de los hidrocarburos por tratarse de recursos no renovables, sino como cuna de conocimiento y generación de profesionales con alto grado de formación tecnológica. Hace 20 años nacía el “Laboratorio Cero”, un curso-taller gratuito que se lleva a cabo en el piso superior del TANDAR dirigido a estudiantes del último año del colegio secundario. Tuve la suerte de participar de esos encuentros cuando recién comenzaban. Esas clases, en ese entrañable lugar, con aquel apasionado instructor, esas frías mañanas sabatinas, despertaron en mí, a esa edad, el amor por la ciencia, la tecnología y la ingeniería. Otra historia, quizás, hubiera sido si no fuera por aquel “Laboratorio Cero”.
Martín Scalabrini Ortiz
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