Una mirada desde el Pensamiento Nacional a los problemas nacionales.

"Verás que todo es mentira,verás que nada es amor,que al mundo nada le importa...¡Yira!... ¡Yira!...Aunque te quiebre la vida,aunque te muerda un dolor,no esperes nunca una ayuda,ni una mano, ni un favor" (Enrique Santos Discépolo)

lunes, 1 de diciembre de 2008

La Deuda Externa: una historia de sometimiento

La deuda externa argentina ha estado presente en la agenda económica y mediática principalmente durante los últimos 30 años. Conocemos que es un problema adquirido y que debemos solucionarlo. Que necesitamos recursos para poder afrontarla y que esos recursos son cada vez más cuantiosos. Sin embargo, poco se sabe del objeto y del origen de la deuda, principalmente porque no es de interés que se sepa.
Sin embargo, nuestra Historia está signada por la presencia de la deuda desde casi la conformación de nuestra Nación, manteniendo su presencia a través de los años, como primera arma de dominación económica y como herramienta para obtener lo generado por la riqueza y el trabajo argentinos, merced a la habilidad y no la fuerza. Es en 1824, durante la presidencia de Bernardino Rivadavia, cuando se contrae el primer empréstito, que comienza la rueda del endeudamiento. El argumento utilizado por los “librecambistas” para pedir el préstamo fue que era necesario dada la falta de metálico, es decir, oro, que era la moneda de circulación de aquella época y que debíamos conseguirlo en el extranjero, es decir, “abrirnos al mundo”. Con este oro obtenido, podría construirse una variedad de obras de infraestructura. Siempre existen, aunque nos quieran hacer creer que no, patriotas en nuestra historia. Este papel lo jugó el Dr. Agüero en el debate del Congreso cuando informó que no era necesario tomar el empréstito dado que la Comisión de Hacienda había calculado un sobrante en el presupuesto de 1823 de casi el doble de lo necesario para cubrir los servicios de la deuda (es decir, el pago de capital e intereses) y que en sólo 5 años se podía obtener el monto del empréstito. Sin embargo, el gobierno decide iniciar las negociaciones enviando a dos representantes nombrados por el ministro de Hacienda Manuel J. García: Félix Castro, fuertemente vinculado al comercio inglés en Buenos Aires y Parish Robertson, pariente de un cónsul inglés. En otras palabras, se envía a negociar a representantes con fuertes vínculos con quienes deben negociar. Una vez en Londres, se llega a un “acuerdo” con la banca británica Baring Brothers, en el que la Argentina se compromete a pagar un millón de libras en oro y sus correspondientes intereses. Del total del empréstito, nuestros “negociadores” aceptan la emisión de los títulos de deuda al 70% de su valor, inaugurando la era del “riesgo país”, dado que a los ojos de un país desarrollado como Inglaterra, un país de Sudamérica posee el riesgo implícito de no pagar su deuda, aunque no tuviera historia previa.
Es decir que, mágicamente, la deuda de un millón pasa a valer 700.000 libras que es lo que debiéramos recibir en oro, aunque seguimos debiendo un millón. Es lógico preguntarse dónde va a parar el 30% restante. 150.000 libras lógicamente se los queda la Baring Brothers, dado que nunca salen de allí. Sin embargo, 120.000 libras quedan como “comisión” para nuestros negociadores por el gran trabajo realizado. Las restantes 30.000 libras van para, otra vez, la Baring Brothers, pero esta vez como “comisión” también. De las 700.000 libras restantes, la “negociación” indicó que el 12% del total del préstamo serían intereses adelantados y el 1% amortización adelantada. En otras palabras, antes de comenzar a utilizar el oro ya estábamos pagando intereses y capital por las dudas. Finalmente quedan 570.000 libras. A éste importe, se deduce un importe de 17.300 libras en concepto de comisiones de los gestores y gastos, quedando 552.700 libras. Por si “esto fuera poco”, esta cantidad no llegan en oro contante y sonante, sino que según la investigación de Raúl Scalabrini Ortiz, llegaron sólo 20.678 libras. El resto son papeles intercambiables por oro a los comerciantes ingleses en Buenos Aires. Estos comerciantes tenían el problema de que acumulaban ganancias en pesos que no podían ser enviados a su país por la simple razón de que en Inglaterra no circulaban pesos. Sin embargo, este empréstito les permite intercambiar sus pesos acumulados por los papeles, que depositados en un banco de Londres, les permite tener libre disponibilidad de sus ganancias en Inglaterra. Es decir, nuestro país quedó endeudado en oro, los comerciantes ingleses pudieron transformar sus pesos acumulados en oro en Londres y los bancos ingleses quedaron como acreedores con los papeles en su poder. Finalmente, cabe aclarar que las obras no se hicieron y, además, quedaron como garantía de la deuda pedazos de tierra de la Provincia de Buenos Aires. Se terminaron pagando entre 5 a 8 millones de libras en oro, no se conoce a ciencia cierta el monto. Oro obtenido del trabajo y la riqueza argentinas a favor del extranjero.
A esta altura cabe preguntarse si acaso somos zonzos, nos falta habilidad negociadora o, por el contrario, nuestros representantes “librecambistas”, en lugar de defender el interés nacional están al servicio de los intereses de los acreedores. En este caso, sus relaciones con los ingleses alimentan toda suspicacia. Esta relación con los acreedores se repite constantemente en la historia de la deuda. Desde aquella época, pasando, por ejemplo, por el oscuro período de endeudamiento durante la sangrienta Dictadura Militar con Guillermo W. Klein, secretario de Coordinación y Programación Económica, como protagonista, asociado con los bancos extranjeros por medio de su consultora “Estudio Klein & Mairal”. O con Daniel Marx como negociador de la deuda durante el menemismo, luego de haberse iniciado en el Citibank y pasado por el Banco Río, sucursal Manhattan.
Durante los últimos 30 años, la misma maniobra se repite, contrayendo el Estado Nacional un empréstito tras otro sólo para solventar la constante y permanente fuga de capitales, que se lleva a cabo tanto en tiempos de crisis como en tiempos de bonanza. Siempre hay fuga. Fue de esta manera, con la connivencia del Banco Central, que los principales bancos extranjeros pudieron fugar casi U$S 20.000 millones durante el año 2001 terminando en el tristemente célebre “corralito bancario”. No fue la caída en los depósitos que generó el “corralito”, sino la incesante fuga de divisas que dejó el mercado seco de dólares, como bien lo demuestran Mario Cafiero y Javier Llorens en su libro “La Argentina Robada”.
La rueda del endeudamiento sigue vigente, porque sigue vigente el mismo esquema, el mismo entramado financiero que comenzó a sangre y fuego durante la última dictadura militar, cuya deuda externa fue declarada ilegítima e ilegal de acuerdo a la resolución del Juez Ballesteros en la causa Nro. 14467 (expte 7723/98). Habría que investigar qué sucede con la deuda tomada por los gobiernos posteriores. En estos días, Ecuador nos da su ejemplo. La Comisión de Investigación de la Deuda Externa de ese país consideró que gran parte de la deuda contraída era ilegítima. Un ejemplo que deberíamos seguir. La independencia económica tiene sus costos. Debe estar en la voluntad de los patriotas y de los pueblos asumir ese costo.

Martín Scalabrini Ortiz
Fuentes: Raúl Scalabrini Ortiz, Política Británica en el Río de la Plata, Serie Clásicos, Clarín, 2001.
Norberto Galasso, De la Banca Baring al FMI, Ed. Colihue, 2002.
Carlos Juliá, La Memoria de la Deuda, Ed. Biblos, 2002.
Mario Cafiero y Javier Llorens, La Argentina Robada, Ed. Macchi, 2001.