Una mirada desde el Pensamiento Nacional a los problemas nacionales.

"Verás que todo es mentira,verás que nada es amor,que al mundo nada le importa...¡Yira!... ¡Yira!...Aunque te quiebre la vida,aunque te muerda un dolor,no esperes nunca una ayuda,ni una mano, ni un favor" (Enrique Santos Discépolo)

lunes, 31 de mayo de 2010

Bicentenario de la Revolución de Mayo

Este año se cumplen 200 años del suceso que dio comienzo a un proceso de autonomía que desembocaría seis años después con la independencia nacional y que demostraría que los americanos podían hacerse dueños de sus destinos. En estos últimos doscientos años nuestro país ha experimentado vaivenes, donde la Argentina siguió, por momentos, con errores y aciertos, el camino de la independencia, la autonomía y la emancipación, pero por otro lado, también siguió el camino de la dependencia, la entrega y la dominación. Estos caminos comenzaron a delinearse durante la misma Revolución de Mayo, cuando los revolucionarios tenían la opción de erigirse en próceres de nuestra independencia nacional o ser meros entregadores al comercio librecambista inglés. Raúl Scalabrini Ortiz, en la década de 1930, analiza lo que en su momento llamó “Las dos rutas de Mayo”, dando marco al proceso de conformación del primer gobierno patrio. Esta bifurcación estuvo personificada por dos protagonistas de aquellas épocas, Mariano Moreno y Bernardino Rivadavia. Uno, el nacionalismo revolucionario, proteccionista, americano y popular y el otro, el liberalismo antinacional, europeizante, localista y minoritario.
Los intentos de anexión política de Inglaterra, si bien fueron considerados desde mucho antes de la época de la Revolución, comenzaron a darse en 1806 y 1807, pero se encontraron con el denuedo criollo. Durante los juicios que se entablan contra Whitelocke, comandante de la segunda Invasión inglesa, el castigo no provenía del deshonor sufrido con la derrota por las armas ingleses, sino, en primer término de la pérdida de tan importantes mercados para colocar las manufacturas inglesas y proveerse de materia prima. La revolución industrial y el proteccionismo inglés habían provocado una oferta de productos manufacturados que debían ser ubicados en nuevos mercados. En contraprestación, los países receptores proveerían de materias primas, ante la falta de ellas, que no es otra cosa que la función de una colonia. La Revolución de Mayo abre a los ingleses la posibilidad de adueñarse de esos mercados vírgenes y convertir a los nuevos países en colonias económicas.

Bien conoce Mariano Moreno estas intenciones, disfrazadas en declaraciones a favor de la independencia de los países americanos, como lo hacía don George Canning, quien luego sería honrado por las clases dominantes con una estatua y una calle en la Ciudad de Buenos Aires. Los dos honores ya no existen, lo que demuestra que los pueblos aprenden de su historia. Es por ello que Mariano Moreno desconfía del capital extranjero, ese objeto elevado a deidad, en pos del progreso, durante muchos períodos de nuestra historia. Decía: “El extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse. Recibámoslo en buena hora, aprendamos las mejoras de su civilización, aceptemos las obras de su industria y franqueémosle los frutos que la naturaleza nos reparte a manos llenas; pero miremos sus consejos con la mayor reserva y no incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas, en medio del embelesamiento que les habían producido los chiches y coloridos abalorios”.

En su Plan de Operaciones desarrolla lo que debió ser el plan de gobierno seguido por los patriotas. Los amigos debían ser tratados benévola y tolerantemente, mientras que los enemigos sin contemplación. Tenía claro que en una Revolución no cabían las medias tintas. Consideraba que no era posible hacerla con medios exclusivamente persuasivos. El primer deber de una revolución es sostenerse a sí misma. Asimismo, desarrolla los lineamientos para una sociedad igualitaria y equitativa. Considera pernicioso la acumulación de la riqueza en pocas manos y que sirven de ruina a la sociedad civil. Propone, entonces, expropiar a “cinco mil o seis mil individuos para beneficiar a ochenta o cien mil habitantes”. La acumulación de riqueza por parte del Estado podría desarrollar “las artes, la agricultura, la navegación, etc. producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras”. Toda una definición ideológica y plan de gobierno.

Sin embargo, la historia nos cuenta que este camino se clausura. Que una de las dos rutas de Mayo queda ocluida con la caída de Moreno y su grupo en diciembre de 1810. El fuego de Moreno se apaga definitivamente en el barco que lo trasladaba a Inglaterra, en una misión creada para alejarlo del escenario público. La posibilidad de una autonomía americana terminó con él. La anarquía por él predicha consumió las energías vivas de la república. La intriga se enseñoreó del país. El egoísmo personal primó sobre los intereses generales. El comercio inglés había abatido ese inesperado obstáculo y tenía ya las puertas francas: él iba a marcar la otra ruta de la revolución de Mayo. La ruta por la que se frustraban todas las esperanzas que los pueblos habían puesto en la revolución. Mayo no iba a ser una liberación, iba a ser el comienzo de una sumisión. Las invasiones inglesas, dice V.F.López, y la revolución social de 1810 abrieron para nosotros la época en que comenzó esa revolución del trabajo personal y de la pobreza verdadera, separada de la riqueza de la vida social.

Martín Scalabrini Ortiz